La apicultura urbana: tendencia de nuevos emprendedores

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La apicultura urbana: tendencia de nuevos emprendedores

En Nueva York, Londres y París avanza el movimiento Beekeeper de apicultura urbanita. Anuncian que la miel del propio barrio previene contra las alergias, como una autovacuna. En España la ley impide que nos sobrevuelen. La miel de ciudad, una delicatessen.

El segmento laboral más eficiente de Nueva York no lleva corbata ni está pendiente del Dow Jones. Ha montado su oficina entre rascacielos pero jamás ha encendido un ordenador. Como a sus compañeros del frenético Manhattan, a ellas también se les pasa el tiempo zumbando (unas 10 horas al día para ser precisos). Han aterrizado las abejas en áticos y azoteas para elaborar rica miel urbana, diminutas obreras que se han puesto de moda en la ciudad que nunca duerme y que rinde culto a todo colectivo que optimice el rendimiento laboral y mejore el entorno.

Si no hace mucho fueron los jardines y huertos domésticos lo más en boga, ahora irrumpen las colmenas metropolitanas como tendencia entre ejecutivos, foodies y hipsters. Crecen sus adeptos desde que se levantara la prohibición en 2010 para un país con casi tres millones de colmenas. Se multiplica la adhesión (y rentabilidad comercial) y se desdoblan los apicultores (se cifran en unos 300 los que domestican las 258 clases de abejas melíferas y salvajes neoyorquinas). Muchos hacen doblete: por la mañana no separan los ojos del monitor y por la tarde se los protegen con mascarillas para cuidar panales y colmenas.

La mayoría forma parte del batallón de la New York City Beekeepers Association. Como Andrew Coté, su presidente y afamado ecohéroe de la Gran Manzana, que atiende aFuera de Serie entre sus dulces menesteres. «Comencé en la apicultura cuando tenía 10 años, junto a mi padre, que entonces era bombero [trabajó en tareas de salvamento del 11-S] y que todavía es apicultor. Me mudé a Nueva York en 2007 y fue cuando me empleé en ello a tiempo completo». Nacido a 45 minutos del río Hudson, vende miel a 15 dólares la tarrina. Las referencias parecen un tour turístico: polen de Brooklyn, jalea real de Queens, miel batida de la Segunda Avenida con la calle 14… Los miércoles se aposta en el mercado de granjeros de Union Square; los viernes, junto al Ayuntamiento; los domingos en Tompkins Square. Los botes de cristal vuelan.

Andrew también despacha enjambres, equipamiento y servicios apícolas desde su empresa Andrew’s Honey e imparte talleres por todo el mundo. «El año pasado estuve en Islandia, Kenia y las Islas Caimán. Ahora me marcho a Copenhague y Berlín, luego a Cuba…», explica quien también pasó por Valencia para visitar las cuevas de Bicorp. Allí disfrutó de las primeras pinturas rupestres –8.000 años de antigüedad– que reflejan interactuación con abejas. «La apicultura se disfruta en muchos centros metropolitanos como Nueva York, París, Londres, Hong Kong, Tokio, Berlín… Hay riesgos, pero son mínimos [a él le pican todos los días]. En las ciudades la gente se mata por los taxis y los ciclistas, pero a nadie se le ocurre ilegalizarlos. La apicultura es una hermosa manera de conectar con la naturaleza en un entorno urbano», subraya.

Como explica Coté, no sólo el Bajo Manhattan ha vivido esta invasión controlada de enjambres urbanos. En París, donde tambien se ha abierto la veda a las colmenas domésticas, un ejemplo son las instaladas en la Opera Garnier de París. Todo partió de Jean Paucton, de 76 años y encargado del mobiliario del recinto durante años, quien decidió instalar unas colmenas en el tejado, sorprendiéndose a la semana de ver las mismas rebosantes de miel. Jean ha llegado a vender en los distinguidos escaparates de Fauchon. El kilo de su miel ha alcanzado hasta 120 euros. Y ya sueña con hacer lo propio desde el cimborrio de la Torre Eiffel.

El hostil medio rural

Como Jean, otros emprendedores han instalado panales en 300 puntos de París que se pueden consultar en Google. «Esta idea surgió en Francia porque en 1994 aparecieron los pesticidas y plaguicidas con neonicotinoides. Por su culpa moría entre el 30% y el 40% de la colmena. Se acabó demostrando que el medio rural era hostil. Los franceses comprobaron que la miel de ciudad era fantástica y que la mortandad era menor», explica Suso Arey, portavoz de AGA (Asociación Galega de Apicultura) y promotor del apiario del Jardín Botánico de Culleredo (La Coruña), que desde 2011 da una fantástica miel de eucalipto.

Extrapolar este activismo a enclaves como las azoteas de la Torre Picasso de Madrid o del Hotel Arts de Barcelona parece, de momento, lejano. «Barcelona está en trámites para la legalización de la apicultura urbana. Hoy día Londres es la capital de este movimiento; en 2012 se realizó un concurso para el mejor diseño de colmenas; en 2011 hubo una campaña para animar a sus habitantes a cultivar plantas melíferas en sus jardines, recordándonos que las abejas son vitales en nuestros ecosistemas. Otra iniciativa fue Capital Bee en la que el alcalde de Londres entregaba una o dos colmenas a las personas comprometidas para que las instalaran en sus casas», explica María Vega, de la Asociación de Apicultores de España y, junto a David Rodríguez, activista incansable del colectivo Miel de Barrio, que persigue cambiar el marco legal que exilia la apicultura extramuros. En la actualidad, esta actividad se regula por el Real Decreto 209/2002. Queda a la observancia de cada comunidad autónoma regular el sector a partir de este texto.

Alejadas

En el caso de Madrid, por ejemplo, la normativa vigente especifica que «no se permitirá la instalación de colmenas a menos de las siguientes distancias: centros urbanos, núcleos de población o lugares acasarados: 500 metros. Carreteras nacionales y comarcales: 200 metros. Caminos vecinales: 100 metros. Fincas de cultivo: 100 metros, salvo autorización expresa del propietario de la finca». En cualquier caso, el decreto permite a los ayuntamientos ampliar o disminuir dichas distancias poniéndolo en conocimiento de la Consejería de Agricultura.

Las multas para espontáneos no registrados oscilan entre los 600 y los 3.000 euros. «Las abejas no suponen un peligro, siempre que su ubicación y manipulación sea adecuada», tercia María Vega. «Hay ejemplos de instalación de colmenas en ciudad como las ubicadas en el Parque de la Ciutadella, y en el edificio de Castell dels Tres Dragons, en Barcelona. Se han realizado varios estudios donde se indica que el polen producido en la ciudad desarrolla defensas en la población contra alérgenos locales. Queremos instalar colmenas como bioindicadores de calidad del aire a través de monitorización».

Suso Asorey incide en estos argumentos. «Los médicos recomiendan miel de la zona como autovacuna», comenta. «Las abejas son los mejores bioindicadores porque reflejan la calidad del medio ambiente; si está enfermo, ellas enferman. Su labor es doble, porque polinizan flores de plantas y jardines para que den sus frutos. Hay que sensibilizar a la opinión pública de que la miel funciona mejor en ambiente urbano. Y si se vende como delicatessen la de la Ópera de París, ¿cómo no va a poder comercializarse, por ejemplo, una de los tejados de la Catedral de Santiago?». De hecho, la presencia de abejas en entornos metropolitanos es ya notable. «Mira si tenemos abejas urbanas que solo el parque de bomberos de Santa Engracia (Madrid) realizó casi 200 salidas en 2014 para quitar colmenas y enjambres en los túneles de la M-30, edificios, arbolado…», remacha Vega.

Inversión inicial

Los tipos de colmenas artificiales que se ofertan en España son variados. Su puesta en marcha en las ciudades sería similar respecto al campo. «La colmena Perfección es una patente nuestra, de la Moderna Apicultura, ideada por Teodoro Trigo, que mejoró un modelo norteamericano, la Langstroth de 1852. Es la más usada, junto con la Layens», explica Aurora Jiménez, gerente de esta tienda madrileña que despacha la mejor miel de España: romero, espliego, aguacate, eucalipto, azahar, brezo, salvia, mandarino, trébol, castaño, mil flores y anís. Se recoge en Lérida, Cuenca y Guadalajara principalmente. «Cada colmena cuenta con alrededor de 50.000 inquilinas, pero en primavera puede superar las 130.000. Con mucha suerte, se pueden recoger hasta 50 kilos al año. Ahora mismo, se le compra al apicultor por alrededor de cuatro euros el kilo en bruto», añade.

 

No es una práctica especialmente cara. «Por unos 300 euros se puede iniciar esta afición, entre la colmena de madera de pino [no más de 60 euros, aunque las hay más caras de abeto ruso], la careta, el mono, el ahumador, el aceite de linaza para mantenerla higiénica y en buen estado… Lo mejor es empezar de tres a cinco colmenas porque te van a dar la misma guerra que una», advierte Jiménez. Conviene, no obstante, tomar conciencia de un detalle: hay gran diferencia entre ser una persona con una colmena y ser un apicultor responsable. «Mi consejo para el nuevo apicultor sería leer tanto como sea posible acerca del sector, unirse a una asociación local, y encontrar un mentor para pasar una temporada con él», sugiere Andrew Coté.

Ateniéndonos al Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, más del 70% de los cultivos que proporcionan el 90% de lo que come la Humanidad se poliniza gracias a las abejas. En Europa, cerca de un 84% de los cultivos vegetales comerciales y un 80% de las plantas en estado salvaje dependen de dicha función, según la Comisión Europea. En el libro Collins Beekeeper Bible –donde se especifica cómo cuidar a estos insectos himenópteros– se estima que hay unas 30 abejas por cada habitante de la Tierra, o sea, 210.000 millones. Unas cifras mayúsculas pero con intriga. Hasta la revista Time, en su portada del 19 de agosto de 2013, se preguntaba qué sería de nuestro destino sin abejas y qué las sigue matando sin razón aparente.

Periódicamente, el llamado síndrome de Desabejamiento o el trastorno del Colapso de las Colonias esquilma las colmenas. Sin saber cómo ni por qué desaparecen las abejas obreras en su regreso a casa. Y sin su néctar, la colmena no puede sobrevivir. Las amenazas son los pesticidas, hongos como el Nosema ceranae, un parásito de Asia, la varroa (ácaro que les chupa sus fluidos vitales), la avispa velutina, el cambio climático y dicen que hasta las radiaciones de la telefonía móvil… Paradójicamente, podría ser la urbe su último reducto. Expulsados de sus ecosistemas, estos polinizadores habrían encontrado unos aliados en los productores artesanales para beneficiarse de la variedad de parques urbanos y jardines domésticos.

Sin embargo, ¿es tan salubre, rica y nutritiva, la miel de ciudad siendo elaborada en un entorno con altos índices de contaminación? «Hay activistas que creen que al no haber plaguicidas resulta más rica. Seguramente en una azotea de una gran ciudad no habría problemas y se extraería miel de gran calidad. Las abejas se pueden desplazar a buscar néctar hasta cuatro kilómetros. Todo dependerá de si el movimiento ciudadano hace suficiente presión para cambiar las leyes», explica Lola Moreno, veterinaria de APAG (Asociación Provincial de Agricultores y Ganaderos de Guadalajara). De las 10 universidades españolas con facultad de Veterinaria, cinco ya han incluido la asignatura de Apicultura en sus planes de estudio.

También los cocineros

El sector gastronómico observa la evolución de este movimiento. «Procuro abastecerme de proveedores de proximidad. Tengo colmenas al otro lado del monte Escusa, a 10 minutos de mi restaurante. Si estuviera en un entorno urbano sí me interesaría la colmena de ciudad. Recuerdo un almuerzo en Mugaritz en el que Aduriz hizo un plato que se llama Colmena, para chupar e investigar, maravilloso», relata Pepe Solla desde su restaurante Casa Solla, en Poio, Pontevedra, con estrella Michelin desde 1980.

Pero aún habrá que esperar a que nuestros afamados chefs –los de ciudad– dispongan de un jardín culinario legal para sus creaciones como el que disfruta Andrew Court. Desde los fogones del hotel Fairmont en San Francisco, este célebre cocinero desarrolla la apicultura en 300 metros cuadrados en lo alto de la terraza. Junto a los apicultores de Marshall Farm supervisa una miel que desde 2008 se sirve en el Laurel Court Restaurant del egregio establecimiento. El Fairmont ha llegado a un acuerdo con una marca local para elaborar una cerveza, Almanac Beer, que lleva un toque final de miel para brindar por una metrópoli un poco más dulce.

Los efectos sobre la salud

Desde hace años, y no sin cierta controversia, se conocen las bondades de la apiterapia, es decir, el uso discrecional (previo análisis de sangre para comprobar la tolerancia del paciente) de la apitoxina de la picadura de abeja para atenuar reumas, artritis, lumbagos, afecciones respiratorias y hasta el estrés.

¿Cómo incidiría en la salud del perímetro próximo de una comunidad la instalación de una colmena? Aún no hay informes definitivos que demuestren y certifiquen los beneficios sobre la salud de enjambres en entornos próximos a ámbitos rurales o urbanos y, además, algunos alergólogos consultados recelan de las colmenas en núcleos metropolitanos por temor a las picaduras: un millón de españoles son alérgicos al veneno de abejas y avispas, y lo seguirán siendo porque solo sufren las picaduras esporádicamente (la mayoría de los apicultores están inmunizados por ser picados con bastante frecuencia). Entre 15 y 20 personas mueren al año en nuestro país por picadura de himenóptero, si bien los expertos coinciden en que las abejas solo atacan si hay negligencia en el manejo o retirada de una colmena. Lo que sí está certificado es que estos insectos son excelentes bioindicadores ambientales. Bees Control es un programa desarrollado por la empresa barcelonesa de servicios apícolas Mel-Lis para vigilancia de la contaminación ambiental a través de abejas (Apis melifera). Tras la monitorización de la colmena, Bees Control es capaz de detectar los niveles en aire y agua de hasta 20 metales pesados, pesticidas, sulfamidas y acaricidias, con gran precisión.

Unas cifras muy golosas

España es el principal productor de miel en la Unión Europea (UE) y se encuentra entre los 12 primeros del mundo con 35.000 toneladas al año. El número de colmenas en nuestro país ascendía en 2014 a 2.576.138, de las que 1.868.294 son de apicultores profesionales (los que poseen más de 150 colmenas). En la UE se cuantifican 14 millones. España suma un 17% del total. Grecia, en segundo lugar, tiene casi un millón. Hay 595.775 apicultores en la UE, solo 26.318 son profesionales. España tiene 23.816 apicultores, de los que 5.361 son profesionales; en Alemania, con 103.600 apicultores, solo 290 son profesionales; en Italia son 7.100 de 70.000. El censo apícola en España asciende a 25.898 explotaciones. Por regiones, la que más colmenas tiene es Andalucía: 584.000; la que menos, Madrid: 9.655. El consumo por habitante al año se cifra en 700 gramos. En 2013 España importó 22.000 toneladas por valor de 40 millones de euros y exportó 21.284 toneladas (69 millones de euros). Francia nos compró 6.100 toneladas; de China importamos 14.751 toneladas.

Fuente: fueradeserie.expansion.com

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