Niños y ancianos, juntos en un proyecto para cambiar sus vidas

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Niños y ancianos, juntos en un proyecto para cambiar sus vidas

Todos los hombres y mujeres envejecen. Esta afirmación, pese a ser absurda por evidente y por conocida, parece haberse olvidado (u obviado) por completo en esta sociedad. El trato que el mundo actual dispensa a los ancianos dista mucho del respeto que merece toda una vida de experiencia y conocimiento. El hacinamiento y la soledad a la que se ven abandonados muchos mayores es una metáfora más de la importancia que tiene la vida humana y el paso del tiempo, desplazado por el siempre joven, siempre en movimiento.

A todos los hombres y mujeres les gusta sentirse útiles. Y una iniciativa puesta en marcha en Seattle ha dado a los ancianos un papel destacado en la sociedad, un rol trascendente como el que merecen. La residencia de Mount St. Vincent acoge a cerca de 400 ancianos y, además, aloja una escuela de preescolar. De esta forma, los ancianos son parte activa de la educación de los niños, siempre bajo la supervisión de los responsables del centro.

La interacción entre los participantes en esta iniciativa permite a los ancianos transmitir todo aquel afecto que reclaman de su entorno, sus ingentes conocimientos sobre la vida y sus inagotables experiencias. Los pequeños, por su parte, crecen y aprenden en un entorno de respeto y admiración, no solo entre ellos, sino también ante los mayores, olvidados y relegados a un papel demasiado lejano, casi escondido, para no recordar cómo seremos en unos años.

Muchos de ellos comparten limitaciones. Unos por falta de conocimiento, otros por envejecimiento del cuerpo, pero esas limitaciones parecen menos al compartirlas. Al interactuar con los menores, los recuerdos arrollan y llenan de emoción a los ancianos. “Cuando quieres a alguien y te dan algo –comenta un anciano entre lágrimas-, lo sientes muy profundamente en el corazón. Es muy diferente para nosotros”.

Los niños llegan curiosos al centro. Tocan las manos arrugadas de los ancianos, observan pasmados las sillas de ruedas y los andadores, pintan y dibujan para ellos, ríen con sus historias, con sus cantos, con sus cuentos. Los ancianos, por su parte, dibujan una sonrisa gigantesca en sus rostros, bailan para ellos, se disfrazan, les hacen reír, y hasta aquellos cuya movilidad esta más reducida pueden disfrutar vigilándolos en el parque. Las visitas siempre acaban con un “volved cuando queráis” de los más mayores y con ganas de repetir día tras día la experiencia los más pequeños.

Una de las responsables del centro invita a los padres y a sus hijos a “compartir la felicidad con nosotros”, ya que “sólo hay una posibilidad de ser feliz, y es ahora”. Los ancianos son presentados como “recolectores de felicidad”, ya que “durante 50, 60 ó 70 años” han vivido experiencias que les han hecho mejores personas. “Os esperan más de 80 años recolectando felicidad”.

La iniciativa ha sido difundida a través de YouTube gracias a un proyecto denominado Present Perfect, que trata de observar la experiencia de cre3cer y envejecer en América. La cantidad de adultos de 65 años o más se duplicará en los próximos 25 años, cosa que lleva a muchos a ver urgente el replantearse cómo la sociedad debe tratar a los olvidados. La idea es simple: Ya que lo único que compartimos es el presente, ¿qué pueden ofrecerse los muy jóvenes y los muy viejos si tienen una oportunidad?

 

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